Herodoto_de_Halicarnaso Los_Nueve_Libros_De_La_Historia_I 

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a Placia y a Seylace (los cuales fueron antes vecinos de los
Atenienses); tercero, de los que se hallan en muchas ciudades
pequeñas, bien que hayan mudado su antiguo nombre de Pelasgos. Por
las conjeturas que nos dan todos estos pueblos, podremos decir que los
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Moneda que valía cuatro dracmas.
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Acerca de este pasaje del autor puede leerse la anotación de Wesselingio,
que convence con muchos testimonios contra Gronovio, que no fueron los
Helenos, sino los Pelasgos, los que mudaron de asiento.
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Pelasgos debían hablar algún lenguaje bárbaro, y que la gente Ática,
siendo Pelasga, al incorporarse con los Helenos, debió de aprender la
lengua de éstos, abandonando la suya propia. Lo cierto es que ni los de
Crestona, ni los de Placia (ciudades que hablan entre sí una misma
lengua), la tienen común con ninguno de aquellos pueblos que son
ahora sus vecinos, de donde se infiere que conservan el carácter mismo
de la lengua que consigo trajeron cuando se fugaron en aquellas
regiones.
LVIII. Por el contrario, la nación Helénica, a mi parecer, habla
siempre desde su origen el mismo idioma. Débil y separada de la Pe-
lásgica, empezó a crecer de pequeños principios, y vino a formar un
grande cuerpo, compuesto de muchas gentes, mayormente cuando se le
fueron allegando y uniendo en gran número otras bárbaras naciones35,
y de aquí dimanó, según yo imagino, que la nación de los Pelasgos,
que era una de las bárbaras, nunca pudiese hacer grandes progresos.
LIX. De estas dos naciones oía decir Creso que el Ática se hallaba
oprimida por Pisistrato, que a la sazón era señor o tirano do los Ate-
nienses. A su padre Hipócrates, asistiendo a los juegos Olímpicos, le
sucedió un gran prodigio, y fue que las calderas que tenía ya preveni-
das para un sacrificio, llenas de agua y de carne, sin que las tocase el
fuego, se pusieron a hervir de repente hasta derramarse. El Lacedemo-
nio Chilon, que presenció aquel portento, previno dos cosas a Hipó-
crates: la primera, que nunca se casase con mujer que pudiese darle
sucesión; y la segunda, que si estaba casado, se divorciase luego y
desconociese por hijo al que ya hubiese tenido.
Por no haber seguido estos consejos le nació después Pisistrato, el
cual, aspirando a la tiranía y viendo que los Atenienses litorales, capi-
taneados por Megacles, hijo de Alcmeon, se habían levantado contra
los habitantes de los campos, conducidos por Licurgo, el hijo de Ari-
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Este lugar es uno de los más cuestionados de Herodoto, y el que guste pro-
fundizar en las antigüedades griegas, podrá ver las tentativas que hace Wesse-
lingio para explicarle.
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De este lugar no se deduciría más que desde el principio se vio la Grecia
habitada por varias naciones que ni eran Helénicas ni Pelasgas
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sitoclaides, formó un tercer partido, bajo el pretexto de defender a los
Atenienses de las montañas, y para salir con su intento urdió la trama
de este modo. Hizose herir a sí mismo y a los mulos de su carroza, y se
fue hacia la plaza como quien huía de sus enemigos, fingiendo que le
habían querido matar en el camino de su casa de campo. Llegado a la
plaza, pidió al pueblo que pues él antes se había distinguido mucho en
su defensa, ya cuando general contra los Megarenses, ya en la toma de
Nicea36, y con otras grandes empresas y servicios, tuviesen a bien con-
cederle alguna guardia para la seguridad de su persona. Engañado el
pueblo con tal artificio, dióle ciertos hombres escogidos que lo escolta-
sen y siguiesen, los cuales estaban armados, no de lanzas, sino de cla-
vas. Auxiliado por estos, se apoderó Pisistrato de la ciudadela de
Atenas, y por este medio llegó a hacerse dueño de los Atenienses; pero
sin alterar el orden de los magistrados ni mudar las leyes, contribuyó
mucho y bien al adorno de la ciudad, gobernando bajo el plan antiguo.
LX. Poco tiempo después, unidos entre sí los partidarios de Mega-
cles y los de Licurgo, lograron quitar el mando a Pisistrato y echarlo de
Atenas. No bien los dos partidos acabaron de expelerle, cuando volvie-
ron de nuevo a la discordia y sedición entro sí mismos. Megacles, que
se vio sitiado por sus enemigos, despachó un mensajero a Pisistrato,
ofreciéndolo que si tomaba a su hija por mujer, le daría en dote el
mando de la república. Admitida la proposición y otorgadas las condi-
ciones, discurrieron para la vuelta de Pisistrato el artificio más grosero
que en mi opinión pudiera imaginarse, mayormente si se observa que
los Griegos eran tenidos ya de muy antiguo por más astutos quo, los
bárbaros y menos expuestos a dejarse deslumbrar de tales necedades y
que se trataba de engañar a los Atenienses, reputados por los más sa-
bios y perspicaces de todos los Griegos.
En el partido Pecinense había una mujer hermosa llamada Phya,
con la estatura de cuatro codos menos tres dedos. Armada completa-
mente, y vestida con un traje que la hiciese parecer mucho más bella y
majestuosa, la colocaron en una carroza y la condujeron a la ciudad,
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Ciudad de los Megarenses con su puerto y arsenal.
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enviando delante sus emisarios y pregoneros, los cuales cumplieron
bien con su encargo, y hablaron al pueblo en esta forma: -«Recibid, oh
Atenienses, de buena voluntad a Pisistrato, a quien la misma diosa
Minerva restituye a su alcázar, haciendo con él una demostración nun-
ca usada con otro mortal.» Esto iban gritando por todas partes, de
suerte que muy en breve se extendió la fama del hecho por la ciudad y
la comarca; y los que se hallaban en la ciudadela, creyendo ver en
aquella mujer a la diosa misma, la dirigieron sus votos y recibieron a
Pisistrato.
LXI. Recobrada de este modo la tiranía, y cumpliendo con lo pac-
tado, tomó Pisistrato por mujer a la hija de Megacles. Ya entonces
tenía hijos crecidos, y no queriendo aumentar su número, con motivo
de la creencia según la cual Lodos los Alcmeonidas eran considerados
como una raza impía, nunca conoció a su nueva esposa en la forma
debida y regular. Si bien ella al principio tuvo la cosa oculta, después
la descubrió a su madre y ésta a su marido. Megacles lo llevó muy a
mal, viendo que así le deshonraba Pisistrato, y por resentimiento se
reconcilió de nuevo con los amotinados. Entretanto Pisistrato, instruido
de todo, abandonó el país y se fue a Eretria, donde, consultando con su
hijo, le pareció bien el dictamen de Hippias sobre recuperar el mando,
y al efecto trataron de recoger donativos delas ciudades que les eran
más adictas, entre las cuales sobresalió la de los Tébanos por su libera-
lidad. Pasado algún tiempo, quedó todo preparado para el éxito de la
empresa, así porque los Argivos, gente asalariada para la guerra, ha- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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