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menos les aprovecha, porque, cuanto más porfían de aquella manera, se hallan peor; porque
más sacan al alma de la paz espiritual, y es dejar lo más por lo menos y desandar lo andado
(y querer hacer lo que está hecho).
8. A estos tales se les ha de decir que aprendan a estarse con atención y advertencia
amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se den nada por la imaginación ni por la obra
de ella, pues aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran activamente, sino
pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en ellas. Y si algunas veces obran, no es con
fuerza ni muy procurado discurso, sino con suavidad de amor; más movidas de Dios que de
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la misma habilidad del alma, como adelante se declarará. Mas ahora baste esto para dar a
entender cómo conviene y es necesario a los que pretenden pasar adelante saberse desasir
de todos esos modos y maneras y obras de la imaginación, en el tiempo y sazón que lo pide
y requiere el aprovechamiento del estado que llevan.
9. Y para que se entienda cuál y a qué tiempo ha de ser, diremos en el capítulo siguiente
algunas señales que ha de ver en sí el espiritual, para entender por ellas la sazón y tiempo
en que libremente pueda usar del término dicho y dejar de caminar por el discurso y obra de
la imaginación.
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CAPÍTULO 13
En que se ponen las señales que ha de haber en si el espiritual por las cuales se conozca
en qué tiempo le conviene dejar la meditación y discurso y pasar al estado de contemplación.
1. Y porque esta doctrina no quede confusa, convendrá en este capítulo dar a entender a
qué tiempo y sazón convendrá que el espiritual deje la obra del discursivo meditar por las
dichas imaginaciones y formas y figuras, porque no se dejen antes o después que lo pide
el espíritu. Porque, así como conviene dejarlas a su tiempo para ir a Dios, porque no
impidan, así también es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes de tiempo
para no volver atrás. Porque, aunque no sirven las aprehensiones de estas potencias para
medio próximo de unión a los aprovechados, todavía sirven de medio remoto a los
principiantes para disponer y habituar el espíritu a lo espiritual por el sentido y para de
camino vaciar del sentido todas las otras formas e imágenes bajas, temporales y seculares
y naturales. Para lo cual diremos aquí algunas señales y muestras que ha de haber en sí el
espiritual, en que conozca si convendrá dejarlas o no en aquel tiempo.
2. La primera es ver en sí que ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación, ni gustar
de ello como de antes solía; antes halla ya sequedad en lo que de antes solía fijar el sentido
y sacar jugo. Pero en tanto que sacare jugo y pudiere discurrir en la meditación, no la ha de
dejar, si no fuere cuando su alma se pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera
señal.
3. La segunda es cuando ve no le da ninguna gana de poner la imaginación ni el sentido en
otras cosas particulares, exteriores ni interiores. No digo que no vaya y venga, que ésta aun
en mucho recogimiento suele andar suelta, sino que no guste el alma de ponerla de
propósito en otras cosas.
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4. La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a
Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y
ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad -a lo menos discursivos, que
es ir de uno en otro- sino sólo con la atención y noticia general amorosa que decimos, sin
particular inteligencia y sin entender sobre qué.
5. Estas tres señales ha de ver en sí juntas, por lo menos, el espiritual para atreverse
seguramente a dejar el estado de meditación y del sentido y entrar en el de contemplación
y del espíritu.
6. Y no basta tener la primera sola sin la segunda, porque podría ser que no poder ya
imaginar y meditar en las cosas de Dios como antes, fuese por su distracción y poca
diligencia; para lo cual ha de ver también en sí la segunda, que es no tener gana ni apetito
de pensar en otras cosas extrañas. Porque, cuando procede de distracción o tibieza el no
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