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es antropológico de la primera a la última caricia y un poco secreto para el
resto. Cuí date mucho y aquí va el beso que no fue.
M.E.
Miro mil veces el sobre donde no hay nombre de remitente. El matasellos del correo,
verde y amarillo, dice Agua Branca. Eso está en San Pablo, Brasil. La carta fue escrita en
Haití , en un papel de color endemoniado, casi violeta pero no del todo. Un color escogido
para dañar los ojos. Tambié n en esto reconozco a Marí a Elvira. Alguien descubrió y dijo que
hay colores perversos. Ya he aceptado que nunca sabré como pudo conocer Elvira, siempre
muchacha, mi dirección. Aquí sólo la conocen algunos amigos de café y bar, ningún
desfigurado fantasma del ayer, que los dí as fueron borrando casi del todo de esa parte de la
vida que es la memoria. La mí a.
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30 de octubre
Ahora, definitivamente, para siempre en Monte, persisto en redactar apuntes porque
absurdamente siento que debo hacerlo como cumpliendo un juramento sagrado que nunca
hice pero que lo siento impuesto.
Podrí a haber traí do mucho dinero y duplicarlo en este paí s donde no falta el cómo. Pero
vine con lo suficiente para asegurarme un sueldo hasta la muerte, libre de trabajos, patrones
y la compañí a indeseable de colegas oficinistas. Libre de esta peste, gracias a Dios.
Vivo escondido aunque ignorado por las llamadas fuerzas del orden que no me tienen en
sus prontuarios.
Me escondo porque aquí hay personas, sobre todo mujeres, cuyas caras y renuncias me
niego a conocer despué s de tantos años. Por iguales motivos me disgusta muchí simo
mostrarles mi cara de hoy, permitir que sospechen o adivinen algo de mis pasadas, pequeñas
infamias.
Escribí la palabra muerte deseando que no sea más que eso, una palabra dibujada con
dedos temblones. No puedo decir que el cuerpo me haya traicionado nunca ni haya
reclamado venganza por mis malos tratos. Apenas, en esta etapa comienza a sugerir aná lisis,
palpaciones, compañí as quí micas.
Sé muy bien que terminará rebelándose y que usará dolores de intensidad escalonada
para obligarme a tenerlo en cuenta, justamente cuando ya no importe demasiado al
mezclarse con hastí o y resignación.
Otra vez, la palabra muerte sin que sea necesario escribirla. Hay en esta ciudad un
cementerio marino má s hermoso que el poema. Y hay o habí a o hubo allí , entre verdores y el
agua, una tumba en cuya lá pida se grabó el apellido de mi familia. Luego, en algún dí a
repugnante del mes de agosto, lluvia, frí o y viento, iré a ocuparlo con no sé qué vecinos. La
losa no protege totalmente de la lluvia y, además, como ya fue escrito, lloverá siempre.
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