Haldeman, Joe La Guerra Interminable 

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En los pocos instantes que tardé en dormirme, ya acostado, se me ocurrió que cuando
volviera a cerrar los ojos bien podía ser para siempre. En parte debido a la resaca de la
droga, pero sobre todo por los horrores del día anterior, descubrí que en realidad me
importaba un rábano.
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Nuestro primer contacto con los taurinos se produjo durante mi guardia. Los osos de
felpa estaban aún allí cuando desperté para reemplazar a Doc Jones. Habían adoptado la
formación original: había uno frente a cada guardia. El que esperaba frente a mi puesto
parecía algo más grande que lo normal, si bien en los demás aspectos era como los otros.
Allí donde estaba sentado no había ya hierba que masticar, de modo que de tanto en
tanto hacía excursiones hacia la derecha o hacia la izquierda. Pero siempre volvía a
sentarse frente a mí; se habría dicho que me miraba fijamente, de haber tenido algún
órgano con el cual mirar.
Llevábamos unos quince minutos frente a frente cuando la voz de Cortez rugió:
 ¡A ver, todos! ¡Despierten y ocúltense!
Me dejé llevar por el instinto, que me indicó echarme a tierra y rodar hasta la hierba
alta. Cortez informó, casi lacónicamente:
 Vehículo enemigo arriba.
En términos estrictos no estaba «arriba», sino hacia el este.
Avanzaba lentamente por el cielo, tal vez a unos cien kilómetros por hora; parecía un
palo de escoba rodeado por una sucia burbuja de jabón. La criatura que viajaba en él
parecía, algo más humana que los ositos de felpa, pero de cualquier modo no resultaba
una belleza. Gradué mi conversor en logaritmo cuarenta y dos para verlo desde más
cerca.
Tenía dos brazos y dos piernas, pero la cintura era tan fina que se la podría rodear con
las manos. Por debajo presentaba una estructura pélvica en forma de herradura, de un
metro de ancho, aproximadamente; de ella pendían dos piernas largas y escuálidas sin
articulación visible. Sobre la cintura, el cuerpo volvía a ensancharse en un pecho no
menos amplio que la pelvis. Los brazos resultaban asombrosamente humanos, si bien
eran demasiado largos y carentes de músculos; además, tenía demasiados dedos en
cada mano. Ni hombros, ni cuello. La cabeza era un apéndice de pesadilla, que se inflaba
como una especie de bocio a partir del imponente pecho. Dos ojos similares a huevas de
pez, un manojo de flecos por nariz y un agujero abierto y rígido que podía ser la boca,
situado allí donde debería estar la nuez de Adán. Era evidente que la burbuja contenía un
ambiente apto, pues el ser iba completamente desnudo, luciendo el pellejo arrugado, algo
así como la piel de quien ha estado largo rato sumergido en agua caliente, pero teñida de
un color anaranjado claro. No presentaba genitales exteriores, pero tampoco señales de
glándulas mamarias; por lo tanto decidimos, por omisión, aplicarle el pronombre
masculino.
No nos vio o nos creyó parte del rebaño de osos, pues continuó en la misma dirección
que llevábamos nosotros (05 radianes al este del norte) sin volver la mirada hacia atrás.
 Convendría que volviéramos a dormir, si es que alguien puede dormir después de
ver semejante bicho. Emprenderemos de nuevo la marcha a las 0435.
Faltaban cuarenta minutos.
Debido al opaco techo de nubes que rodeaba el planeta, no había modo de saber,
desde el espacio, cómo era la base enemiga, ni en aspecto ni en tamaño. Sólo
conocíamos su posición y, por tanto, también dónde debían descender las naves
exploradoras. De todos modos la base podía estar bajo agua o bajo tierra. Pero algunas
de las naves teledirigidas no cumplían sólo funciones de disfraz, sino también de
reconocimiento; en sus parodias de ataques a la base una de ellas había logrado tornar
una fotografía. El capitán Stott irradió a Cortez un diagrama del lugar en cuestión (el
sargento era el único cuyo traje tenía visor) cuando estábamos a cinco klims de la base.
Nos detuvimos y convocamos a todos los jefes de pelotón para que conferenciaran con
nosotros. Dos ositos de felpa se acercaron también, pero tratamos de ignorar su
presencia.
 Veamos; el capitán envió dos imágenes de nuestro objetivo. Voy a dibujar un mapa
para que los jefes de pelotón lo copien.
Todos sacaron el bloc de papel y el bolígrafo que llevaban en el bolsillo de la pierna,
mientras Cortez desenrollaba una gran esterilla de plástico.
Después de sacudirla para aleatorizar cualquier carga residual, tomó su propio
bolígrafo.
 Nos aproximaremos en esta dirección  indicó, dibujando una flecha al pie de la
plancha . En primer lugar atacaremos esta hilera de cabañas; deben ser cuarteles de
vivienda, pero ¡quién diablos puede afirmarlo! Nuestro objetivo inicial consiste en destruir
estos edificios. Toda la base está sobre una planicie; no hay forma de caer sobre ellos por
sorpresa.
 Aquí Potter. ¿No es posible hacerlo desde arriba?
 Claro que es posible. Y después nos rodearían por completo y nos harían pedazos.
Tomaremos los edificios. Después... El resto habrá que pensarlo sobre la marcha. El
reconocimiento aéreo nos permite adivinar la función de uno o dos edificios, nada más... y
eso da mala espina. Podríamos perder mucho tiempo en destruir algo así como el bar de
los soldados y dejar intacta alguna enorme computadora logística, sólo porque ésta
parece un depósito de desperdicios, por ejemplo.
 Aquí Mandella  dije . ¿No hay alguna especie de espaciopuerto? Me parece que
deberíamos...
 ¡A eso iba, caramba! El campamento está rodeado por un círculo de cabañas como
éstas; tendremos que abrimos paso de algún modo. Por este lugar estaríamos más cerca
y correríamos menos riesgos de revelar nuestra posición antes del ataque. Allí no hay
nada que se parezca a un arma. Pero eso no significa nada; cualquiera de esas cabañas
puede ocultar un láser bevawatt. Ahora bien, a quinientos metros de las cabañas, en el
centro de la base, hay una gran estructura en forma de flor.
Cortez dibujó una gran forma simétrica que parecía el contorno de una flor de siete
pétalos.
 No pregunten qué diablos es esa inmensa estructura, porque yo sé tanto como
ustedes. De cualquier modo, como hay una sola es preciso dañarla lo menos posible. Eso
no impide que la reduzcamos a astillas si me parece que es peligrosa. En cuanto a su
espaciopuerto, Mandella, no lo hay. Nada. Probablemente ese crucero que derribó la
Esperanza había sido dejado en órbita, tal como nosotros hicimos con el nuestro. Si
tienen naves exploradoras, proyectiles teledirigidos o algo que se les parezca, no están
aquí o los guardan bien escondidos.
 Aquí Bohrs. Si las cosas son así, ¿con qué nos atacaron cuando bajábamos de la
órbita?
 Me gustaría saberlo, recluta. Como es obvio, no contamos con ningún medio para
calcular el número del enemigo. En las fotos de reconocimiento no se ve un solo taurino
en los terrenos de la base. De cualquier modo, ese dato no tiene valor, pues este medio
es extraño para ellos. Sin embargo, indirectamente... Hemos contado el número de esos
palos de escoba con que vuelan. Hay cincuenta y una cabañas, y en cada una hay,
cuando más, un palo volador. Cuatro de ellas no tienen ninguno estacionado fuera, pero
hemos localizado otros tres en distintos puntos de la base. Tal vez eso indica que hay
cincuenta y un taurinos, uno de los cuales estaba fuera de la base cuando se tomó la
fotografía.
 Aquí Keating. O cincuenta y un oficiales.
 Es posible. Puede haber cincuenta mil soldados en uno de estos edificios. No hay
modo de averiguarlo. Y también pueden ser diez taurinos, cada uno de los cuales dispone
de cinco palos voladores para escoger según su capricho. Pero tenemos algo a favor, y [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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